Voy a intentar olvidarme de la actitud combativa sin sentido de Beyoncé en la última Super Bowl y de su momento fitness con el lanzamiento de su colección de ropa deportiva, Ivy Park. También voy a intentar olvidarme del despliegue audiovisual inusitado y cargante que ha desplegado para este sexto álbum, Lemonade (título sacado de esta memorable frase de su abuela en su 90 cumpleaños: “Tuve mis altibajos, pero siempre encontré la fuerza en mi interior para reponerme. Me daban limones, pero hice limonada”). Y por último, voy a intentar olvidarme del programa especial grabado para promocionarlo y emitido por la HBO, tan soporífero como su anterior documental de 2013 Beyoncé: Life Is But A Dream. Teniendo en cuenta todo esto… voy a intentar recuperar la conexión musical perdida con una de mis artistas favoritas del R´n´B desde sus comienzos con Destiny´s Child. Y entonces… ¿qué me encuentro? Un trabajo muy alejado de lo comercial que está obsesionado, en sus letras, por definir un nuevo feminismo afroamericano y por convertirse en la banda sonora de su crisis matrimonial con Jay Z. El deje caribeño de Hold Up mola pero… suena muy mucho a Rihanna, cuando le da por el blues rockero con Jack White o cuando se pone country en Daddy Lessons o Soundcastles es todo muy WTF, del momento James Blake… nada que decir (¿?) y sobre el machacón single Formation mejor me callo también. En la otra cara de la moneda están la electrónica y deliciosa Sorry, el acertado dúo con The Weeknd y los sonidos retrosoul de Freedom y All Night. ¿Es suficiente todo esto último para tanto bombo y platillo? Pues no. ¿Se ha convertido Beyoncé en un tostón de diva que va de mística y da una pereza inmensa? Pues sí.