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Ecolover opina: La diversidad (y sus múltiples variantes) en la ecuación sostenible de la moda

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10 noviembre 2020

El movimiento Black Lives Matter ha puesto en la agenda de la moda la diversidad racial, pero hay otras muchas diversidades (de género, morfológicas, funcionales, de edad…) que esta industria debe contemplar para ser sostenible de verdad. Comprender y abordar la inclusión y la diversidad, así como su vínculo con la sostenibilidad, es importante para una industria que aspira a ser sostenible. Y si la sostenibilidad debe poseer siempre un pilar social, otro medioambiental y otro económico, por igual, como comenté en mi primer post para ECOLOVER, la diversidad e inclusión forman parte de ese pilar social que las marcas, firmas, productos, empresas, eventos, reclamos, etc., deberían contemplar.

Porque la moda es una industria global, pero no por ello inclusiva, ni diversa. La ecuación de la sostenibilidad es compleja y si la X es la diversidad, en este caso, despejemos las incógnitas que suscita la interrogante: ¿es diversa e inclusiva la industria de la moda hoy?

Diversidad racial y de género

Si comenzamos despejando la X de la diversidad racial y de género, las mujeres racializadadas son la fuerza de trabajo principal de este sector que, en general, deslocaliza su producción, en el caso de firmas o empresas norteamericanas, hacia Asia (India, China, Bangladesh, Camboya, Vietnam, entre otros) o Latinoamérica (México, Argentina, Brasil, El Salvador, entre otros). O, en el caso de las europeas, también hacia Marruecos y Turquía, entre otras latitudes.

 Entre un 80% y un 90% de las manufactureras de la moda son mujeres.  Los puestos de responsabilidad ocupados por féminas muchas veces son «anecdóticos», enfocados hacia la comunicación, las relaciones públicas, la imagen o la sostenibilidad, pero escasos en las finanzas o en la producción. La encuesta The Glass Runway realizada por McKinsey & Compañy, el CFDA (la principal asociación comercial de moda estadounidense) y la revista Glamour en 2018, en EE.UU, apuntó que solo el 14% de las principales marcas de moda femenina están dirigidas por una directora ejecutiva. Además, aunque las mujeres reportan mayores ambiciones que sus contrapartes masculinas, cuando alcanzan un nivel de vicepresidencia, los hombres reciben promociones, sin pedirlas, tres veces más a menudo. Y ellas solo las solicitan la mitad de veces que los varones. 

Pequeños gestos, grandes retos

Si bien es cierto que Yves Saint Laurent fue el primer diseñador blanco en subir modelos negras a las pasarelas, desde entonces… su presencia a lo largo de décadas ha sido puntual (Pat Cleveland, Iman, Naomi Campbell, Alek Wek, Liya Kebede… son algunas de las contadas tops). No digamos ya de las modelos asiáticas y, pese a la abundancia de latinas, a menudo se aproximan a la estética caucásica, como es el caso de la brasileña Giselle Bündchen.

Aunque la presencia de modelos racializadas ha aumentado en los últimos años, se debe más bien al crecimiento de los mercados asiáticos en las facturaciones de las grandes marcas y a la búsqueda de ese nicho que en su día se calificó como Ghetto Fabulous, es decir, personas de color con alto poder adquisitivo. Expresión un tanto racista que presupone que estas personas de color provienen de ghettos. Recientemente no hay firma que se precie o revista de moda (como Vogue USA), que no haya movido ficha para incorporar diversidad racial en sus plantillas, presionados por la fuerza del movimiento Black Lives Matter en EE.UU.

Detrás o fuera de la pasarela, la diversidad racial y de género también es frágil: entre las fotógrafas hay pocas mujeres (Inez van Lamsweerde, la difunta Corinne Day, entre otras). Hay muchas estilistas muy conocidas, pero pocas maquilladoras tan famosas como ellos y menos aún racializadas. Una de las pocas y destacables excepciones es la gran Pat McGrath. Y si diseñadoras hay en abundancia a lo largo de la historia, nunca en la misma proporción de igualdad con ellos (que suelen acaparar casi toda la atención mediática) e, insisto, muchas menos racializadas.

Un informe del Council of  Fashion Designers of America (CDFA) señalaba en enero del 2019 que la falta de diversidad en la moda se da en todos los niveles, desde su fuerza laboral hasta las salas de juntas, donde se concentra el poder y la toma de decisiones. Un desequilibrio que se perpetúa por la cultura corporativa donde los que ostentan el poder lo retienen, mientras los grupos minoritarios luchan por acceder a los rangos superiores, según reconoce el informe.

Slo durante los últimos años la industria de la moda a empezado a reflexionar sobre la diversidad. Por ejemplo, la famosa agencia de modelos Elite Model Management fichó en 2018 al modelo negro, transgénero y discapacitado físico Aaron Philip, y lo comunicó como un especie de “hito”. Y Vogue USA finalmente permitió ese mismo año, por primera vez en su historia, que un fotógrafo afroamericano (Tyler Mitchell) disparara su emblemática portada de septiembre, a petición de su protagonista, Beyoncé.

Moda de las periferias

Una investigación de la Columbia Business School, centrada en directores creativos expatriados, demostró que la exposición internacional e intercultural ayuda al negocio de la moda, por tener efectos positivos en la creatividad del proceso. Esta siempre ha usado como inspiración tradiciones culturales de muchas zonas geográficas (sobre todo del sur global), pero también ha abusado de ellas: plagiando motivos indígenas (Isabel Marant o Nike fueron acusados de ello, entre otras firmas), metabolizando símbolos, diseños y tradiciones ancestrales para hacer negocio con ellas, lo que no deja de ser un expolio económico y cultural.

Y es que la denominada moda de las periferias, por si misma, todavía importa poco. Las firmas que no se encuentran en las capitales de la moda o en países desarrollados, con entornos textiles potentes, sufren dificultades para lograr visibilidad, así como acceso a créditos y a los mercados. Y ello ocasiona otro problema más para las aspiraciones de sostenibilidad que tiene esta industria.

Otras diversidades a tener en cuenta

Si seguimos despejando más incógnitas… es necesario contemplar las diferencias morfológicas, funcionales o de edad. La moda mayoritariamente diseña pensando en personas jóvenes, de raza blanca, cisgénero y delgadas. Desde 2015 se perciben leves avances en cuanto a diversidad morfológica, de raza, de edad o a visibilidad trans, por ejemplo. Sin embargo, el camino que queda por recorrer es largo hasta que las personas se reconcilien consigo mismas sin intentar encajar en cánones preestablecidos.

La moda se ha sumado al body positivity body diversity, más que por convicción, por ser acusada de promover estándares irreales e incluso de generar trastornos alimentarios. Y pese al éxito de documentales como Straight/Curve, que señala la influencia de los medios en la percepción de la auto-imagen, la representación de mujeres “no delgadas” persiste. Hay muy pocas modelos de “tallas grandes” y, a excepción de Ashley Graham (la primera de este tipo en desfilar en una pasarela en 2017), ninguna es tan famosa como las delgadas.

En 2017, una investigación de la empresa Edited señaló que el 99,9 % de los diseñadores de lujo no contemplan inventario para “tallas grandes”.  Solo el 0,1 % de las marcas de moda de lujo cumplen con ello. Una grave desconexión dado que el 67% mujeres en los EE. UU usan una talla 14 (44 europea) o superior. Por otra parte, la web The Fashion Spot, en el informe donde evaluaba las campañas de moda del otoño del 2018 y tras revisar 192 anuncios impresos de esa temporada, encontró que, de las 530 modelos que protagonizaron las campañas, el 34,5% no eran blancas, una mejora de 0,5 puntos con respecto al 34% de la primavera de 2018. Pero indicó que, si bien la diversidad racial avanzaba, la diversidad corporal se quedaba en un mínimo histórico, pues la representación de “tallas grandes” había disminuido las últimas cuatro temporadas.

La conferencia anual The Curvy Con que coincide con la fashion week neoyorquina (patrocinada por la marca Dia & co) dedica su programación más a promover artículos de “tallas grandes” (y a disipar la idea de que a estas mujeres no les interesa la moda) que a la inclusión morfológica real. Pensando más en un nicho de mercado para personas obesas (una de las enfermedades con mayor incidencia en EE.UU) que en una diversidad corporal que represente de forma fidedigna la sociedad.

Por otra parte, Sinead Burke aclara, en su TedTalk Por qué el diseño debe incluir a todo el mundo, la necesidad de crear diseños accesibles también para personas de tallas pequeñas como ella, que tiene acondroplastia. Algo extensible a aquellas con diversidad funcional (los mal llamados “discapacitados”), un 15% de los clientes de la moda, que tienen dificultades tanto para vestirse, como para encontrar prendas. Para que eso ocurra, las escuelas de diseño deberían tener en cuenta estas diversidades y no sólo el canon corporal de perfección habitual de la moda. Pero, por ejemplo, solo hace tres años la prestigiosa escuela de diseño Parsons comenzó a tomárselo en serio con su Open Style Lab, dedicado a desarrollar ropa para personas de todas las capacidades. 

En 2017, el 20,5% de la fuerza laboral norteamericana, mayor de 16 años, tenía diversidad funcional. Hay 59 millones de personas así en Estados Unidos. Y, globalmente, la OMS apunta que más de 1.000 millones de personas padecen algún tipo de discapacidad, el 15% de la población mundial. Así pues, entre 110 y 190 millones tienen grandes dificultades. Para todos ellos y ellas, sus opciones al vestirse son limitadas. Y las prendas diseñadas para que lo hagan se denominan “ropa de adaptación” o “ropa ortopédica”, con diseños que suelen ser tan “áridos” como esos nombres. 

Finalmente, si despejamos la última X, la de la edad, topamos con otra nueva falta de representación en la industria debido al ageism. Y ello ocurre en un planeta donde la OMS apunta que, entre 2000 y 2050, la proporción de habitantes mayores de 60 años se duplicará del 11% al 22%, pasando de 605 millones a 2.000 millones. De nuevo, los referentes son mínimos y solo las fashion icons Iris Apfel o Naty Abascal, algunas instagramers (Ernie Stollberg, Emiko Mori, Lyn Slater) o algunas modelos (Carmen Dell’Orefice, Yazemeenah Rossi, Linda Rodin) reciben auténtica atención mediática.

Es evidente que en la ecuación sostenible de la industria de la moda es necesario caminar con mayor ahínco hacía una mayor inclusión y diversidad de todo tipo. De no hacerlo, este sector no será sostenible, ni justo, ni representativo de la sociedad actual.

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