Vivimos tiempos en los que la Inteligencia Artificial (IA) forma parte de un debate que no parece tener fin. De hecho, es posible que no lo tenga. Porque va a ser complicado que quienes la defienden se pongan de acuerdo con quienes están muy en contra de su uso a través de, por ejemplo, traductores automáticos, asistentes personales de smartphones o sistemas de descripción manual de imágenes.
Lo cierto es que la Inteligencia Artificial aplicada a nuevos ámbitos profesionales como la creación de contenidos escritos o visuales ha llegado para quedarse. Y, en ECOLOVER, ya tenemos opinión propia sobre ella. Al menos a nivel redaccional, solo sirve como herramienta que facilita el trabajo a la hora de recopilar datos… pero, por el momento, es incapaz de sustituir el talento y estilo propio del equipo de redacción que hay tras esta web y sus redes sociales.
Dejando a un lado el citado debate sobre la capacidad de la Inteligencia Artificial para sustituir el trabajo creativo de los seres humanos, es importante revelar el siguiente hecho: entrenar las máquinas para que aprendan todo lo que saben genera daños en el medioambiente. Según acaba de publicar la web BIOGUIA, «alimentar de datos a estas máquinas para que tengan la capacidad de aprender el lenguaje del ser humano posee un coste medioambiental que es cinco veces más alto de lo que contamina un automóvil en toda su vida útil«.
Es la principal conclusión a la que han llegado los investigadores pertenecientes a la Universidad de Amherst, ubicada en Massachusetts (EE.UU). Ellos han evaluado, por primera vez, la huella ecológica que supone la Inteligencia Artificial. ¿Cómo? Analizando la energía que puede consumir un modelo de procesamiento del lenguaje natural al extraer datos de internet para funcionar con precisión.
Por lo visto, el proceso para el desarrollo de las técnicas de aprendizaje profundo en disciplinas como Machine Learning, que es una de las ramas de la Inteligencia Artificial que entrena ordenadores, puede emitir hasta 284 toneladas de dióxido de carbono. Esto equivale a la contaminación que producen 47 ciudadanos españoles en un año, si se tienen en cuenta los últimos datos que se encuentran disponibles sobre emisiones de CO2 per cápita.
Así pues, los investigadores admiten que la Inteligencia Artificial consume una gran cantidad de energía en su fase de entrenamiento. Sin embargo, una vez que las máquinas son entrenadas… resultan realmente económicas a nivel energético por su alto nivel de eficiencia y su capacidad infinita de reutilización.
Ello nos lleva a descubrir la otra cara de la moneda del debate en cuestión. ¿Puede ser útil la Inteligencia Artificial en la lucha contra el cambio climático? Estudios al respecto afirman que su impacto medioambiental es positivo en áreas como la producción energética, la retirada de dióxido de carbono, la geoingeniería solar, la educación y la gestión financiera.
Edificios con mayor eficiencia energética, elaboración de nuevos materiales con poca emisión de carbono, mejor vigilancia de la deforestación e implantación de un transporte más verde. Son solo algunos de los ámbitos en los que la Inteligencia Artificial puede jugar un papel esencial, aunque todo ello se encuentre en desarrollo y, obviamente, la IA no sea la panacea.
Uno de los ámbitos en los que la Inteligencia Artificial se ha adaptado con mayor rapidez está relacionado con la climatología. La IA es capaz de mejorar la predicción de fenómenos extremos o la reconstrucción de condiciones climáticas pasadas (paleoclimatología). ¿Cómo? Mediante una gran cantidad de simulaciones climatológicas completas sobre la atmósfera, la Tierra, el hielo, los océanos o la criosfera.
En este sentido, es obvio que la Inteligencia Artificial puede convertirse en una gran aliada contra el actual escenario climático y su incierto futuro. A pesar del impacto negativo que genera el uso de la tecnología que conlleva en el planeta. Entonces… ¿conviene contar con ella o sería mejor desconectar las máquinas?
